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Argentinos huyen del peso y hay furor consumista

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Los economistas advierten que hay una huida del peso por parte de los consumidores, y que ese escenario ya se vivió en las previas de crisis históricas

La avalancha de consumidores intentando comprar electrodomésticos con tarjeta de crédito en 12 cuotas congeladas, o muebles o materiales para la construcción, o, aunque fuera, latas de atún y rollos de papel higiénico tiene una contracara: es el síntoma más evidente de una caída en la demanda de dinero.

La expectativa de una situación rupturista -una oleada inflacionaria, una devaluación o un default de la deuda-, combinada con la imposibilidad de adquirir dólares, por las restricciones del cepo cambiario, hace que el consumo desenfrenado se transforme en una conducta defensiva.

Y renueva el viejo debate de la economía argentina, sobre si la inflación tiene un poder reactivador, porque fuerza a la gente a una «fuga hacia el consumo». Fue lo que ocurrió durante el segundo mandato de Cristina Kirchner, cuando se batían récords de ventas de autos y equipos de aire acondicionado, al mismo tiempo que aumentaba la expectativa inflacionaria y en los bancos se desplomaba el volumen de depósitos en dólares.

En aquella época, los economistas críticos del «modelo K», señalaban que el estímulo inflacionario tenía un efecto decreciente, de manera que cada vez la emisión monetaria generaba un menor efecto de crecimiento económico y una mayor dosis de suba de precios.

En los últimos días, hubo otra vez choques entre quienes ven un síntoma positivo en la fiebre consumista y quienes creen que es el preludio de un colapso macroeconómico. El propio Alberto Fernández fue uno de los que contribuyó a la discusión, al referirse una «crisis de crecimiento» que hacía que a la oferta le resultara difícil correr a la velocidad de la demanda.

«Tenemos un problema con los dólares porque crecemos mucho. Es tanto lo que crecemos que no nos alcanzan los dólares por la cantidad de insumos que tenemos que importar. Tenemos una crisis de crecimiento», dijo el mandatario, en una frase de polémica instantánea.

No faltó quien recordara la célebre «ley de Gresham», que desde hace 400 años estableció que cuando en un país conviven dos monedas, una buena y una mala, la gente tiende a usar la de peor calidad para realizar los pagos, mientras retiene la de mejor reputación como una forma de preservar su capital. Por consiguiente, no se ve circular mucho a la moneda buena, mientras que la mala cambia de manos a toda velocidad, porque nadie quiere quedársela.

Y pocos países son mejor confirmación de esa ley que Argentina, donde se estima que hay u$s200.000 millones en billetes físicos guardados «bajo el colchón». Como la propia Cristina Kirchner se encargó de recordar en sus discursos sobre la «economía bimonetaria», Argentina es el segundo país con mayor cantidad de billetes de dólares, sólo detrás de Estados Unidos.

Y el agitado fin de semana en que se conoció la renuncia de Martín Guzmán al ministerio de Economía, el debate se recalentó. Causó revuelo, por ejemplo, un tuit de Mariano Kestelboim, ex asesor de la agremiación textil ProTejer y actual embajador argentino ante el Mercosur y Aladi: publicó fotos de locales de Unicenter atestados de compradores, señalando con admiración la explosión de consumo. «No regalan nada. La cola es para pagar. Ojalá que se acuerden antes de votar por otro gobierno neoliberal», afirmaba.

Le respondieron con una multitud de mensajes donde afirmaban que no se trataba de entusiasmo consumista sino del pánico por la pérdida de valor de los pesos. Y, de hecho, dos días después muchos de esos electrodomésticos en venta en los principales shopping centers y cadenas comerciales, tenían un ajuste de 20% respecto del que habían tenido el fin de semana.

¿La historia se repite?

 

El nombre técnico de esa situación es bien conocido por los economistas, y muy particularmente por los que estudiaron la historia de las crisis argentinas. Se llama «caída en la demanda de dinero», o también «aumento en la velocidad de circulación del dinero».

Los diccionarios de economía definen esa velocidad como la cantidad de transacciones -y, por ende, de cambio de manos- que tiene un billete en la economía, y señalan que es inversamente proporcional a la percepción de ese billete como resguardo de valor. Por eso, en los momentos hiperinflacionarios, la velocidad de circulación acelera, dado que los billetes pasan a ser vistos como «activos que se deprecian».

No por casualidad los almaceneros, en muchos casos, se están negando a vender, en una actitud que a primera vista puede parecer contraria a su natural instinto de querer canjear su mercadería por dinero.

Ocurre que nadie quiere tener en su bolsillo billetes de pesos emitidos por el Banco Central argentino. Si el consumidor no compra, sabe que la semana que viene le alcanzará para menos cantidad de producto; si el vendedor se saca de encima su stock, no sabe si los pesos que recibió a cambio le permitirán reponer mercadería en su góndola.

Y lo más inquietante del momento es que esa caída en la demanda de dinero siempre ha sido el preludio de crisis traumáticas en Argentina. No por casualidad, en estos días se está rememorando el clima previo al ajuste de 1975 conocido como «Rodrigazo» o al canje compulsivo de depósitos bancarios por bonos pagaderos a 10 años conocido como «Plan Bonex» en 1989.

Son antecedentes inquietantes por su parecido con la situación actual: en la década de los ’80, el austral pasó de rotar 12,5 veces por año cuando recién se iniciaba el malogrado plan estabilizador a girar 100 veces en el estallido hiperinflacionario, según una investigación realizada por Jorge Avila, economista de la Ucema. En aquel momento dramático, la mecánica de la indexación hacía que cada billete emitido por el Central impactaba en los precios apenas tres semanas después de estar circulando, cuando lo normal en los países de mayor estabilidad monetaria es que el lapso entre una cosa y otra sea de 18 meses.

Números alarmantes y pronósticos de híper

 

En medio de acusaciones sobre un intento de «golpe de mercado», hubo refutaciones por parte de economistas opositores. Por ejemplo, Hernán Lacunza, quien afirmó: «El mercado no es Godzilla agazapado detrás de un escritorio para comerse a los argentinos crudos, somos todos los argentinos y no argentinos tomando decisiones para preservar nuestros ahorros».

Lo cierto es que los números que miran los economistas explican plenamente el fenómeno de la caída en la demanda de dinero -o su contracara de «fuga al consumo»- que se está viendo en estos días: la emisión monetaria de junio ascendió a casi un billón de pesos, un 26% de la base monetaria.

Esto ocurrió por la asistencia del Banco Central al Tesoro con adelantos transitorios por $377.000 millones, más los pagos de intereses por Leliqs, que sumaron $153.024 millones y, sobre todo, la compra de bonos para contrarrestar el desplome de las cotizaciones, que insumió $495.979 millones.

Esto llevó a que los economistas empezaran a revisar para peor todas sus proyecciones. «Esto no será gratis y tendrá consecuencias», advierte Christian Buteler, uno de los asesores financieros más escuchados del mercado. Ya avisó que su escenario para el segundo semestre, que originalmente preveía una inflación en descenso hacia un nivel de 3% mensual, quedó desechada, y no descarta que el año termine con una inflación de tres dígitos.

«El cepo que deja atrapado los pesos en el sistema juega a favor de este escenario. Hoy los inversores que han pasado de bonos CER o fondos de renta fija a fondos de money market están perdiendo contra la inflación y eso no es sostenible en el tiempo«, afirma.

Por lo pronto, no se ven señales de cambio tras el recambio ministerial. Luciano Laspina, referente entre los economistas de Juntos por el Cambio, advirtió que la inflación de julio va camino de ubicarse en 10% como consecuencia de la política del Banco Central, que en un solo día -el lunes pasado- compró más de $220.000 millones -el 6% de la base monetaria-, en su intento por sostener el precio de los bonos del Tesoro.

En la misma línea, el ex ministro Alfonso Prat Gay pronosticó que julio «va a marcar un récord que no se veía desde la hiperinflación» y se mostró escéptico en que Batakis pueda corregir «los errores que cometió Guzmán».

Para el economista, la reacción de los consumidores argentinos que huyen del peso es lógica en el contexto de una política en la que el Gobierno «tomó por asalto el Banco Central», al cual se le pide que reparta dólares que no tiene y que además rescate los bonos.»Los argentinos no son tontos, vieron a lo largo de los años que cada vez que el Central se convirtió en salvavidas del Gobierno, eso repercutió en más inflación», argumentó.

Sin embargo, no todos son críticos de la política del Central. Un informe de la consultora Mega QM argumenta que, como el Central reabsorbió un 83% del dinero emitido para rescatar bonos, en realidad su expansión monetaria resultó baja, un 9% en seis meses, a un ritmo de 1,4% mensual.

El informe reconoce, de todas formas, que hay un riesgo, porque la política actual lleva a que el Tesoro tenga cada vez más difícil la posibilidad de financiarse con el crédito privado. «Ante esa situación tiene dos opciones, corrige rápidamente el desequilibrio (baja gasto o sube impuestos) o lo financia vía emisión del BCRA», indica. Y agrega que el punto de mayor riesgo en ese caso es el de las expectativas, porque la forma en que se financia el Tesoro incide sobre la perspectiva de una inflación creciente.

En definitiva, es una situación clásica de la caída de la demanda de dinero: en los momentos críticos, aun cuando no se produzca un incremento fuerte en la emisión, la inflación se acelera por el aumento en la velocidad de circulación del dinero.

Las extrañas profecías de Guzmán y Batakis

 

Lo más llamativo de la situación es que hasta Guzmán y Batakis, en otros momentos, habían opinado parecido a quienes hoy critican al Gobierno.

El renunciado ministro había dicho, durante la cuarentena de 2020, que la mega-emisión de ese año estaba justificada porque, al haber una muy baja velocidad de circulación de dinero, no estaba el riesgo inflacionario de un contexto normal.

Y hacía una promesa que finalmente no se concretó: «Pasada la pandemia, obviamente pondremos en marcha un plan para controlar los efectos de esa emisión acumulada», afirmaba Guzmán, confiado en que la emisión de dinero sería compensada naturalmente por un aumento de la oferta de bienes, al reactivarse la economía.

En cuanto a Batakis, cuando desde la oposición criticaba la política económica macrista advertía que la emisión de letras del Banco Central para compensar el exceso de liquidez generaría las condiciones para una explosión inflacionaria a futuro.

«El 70% de interés de la Leliq es la nueva bomba, ya lo sabemos. Pero el 70% de las Leliq generará en algún momento emisión monetaria o plan Bonex», advertía la economista, que irónicamente hoy se encuentra en la situación de que el BCRA acumula la friolera de $6 billones por letras y otros pasivos, y sólo por los intereses implica que a un año se incrementará en $4 billones.

Para colmo, se enfrenta a la necesidad de tener que pagar una mayor tasa por los bonos del Tesoro, para poder refinanciar los vencimientos por $2 billones que le esperan en los próximos tres meses.

En definitiva, demasiados pesos para una economía con pocos dólares y síntomas de enfriamiento en la actividad. Batakis se enfrenta al peor síntoma con el que se puede enfrentar un ministro de economía: la caída en la demanda de dinero, que se disfraza de boom de compras.

Fuente: https://www.iprofesional.com/economia/365498-argentinos-huyen-del-peso-el-gran-peligro-del-furor-consumista

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